martes, 16 de junio de 2015

Lugares con "encanto"



Casas con “encanto”


     A lo largo y ancho de nuestra geografía, y no sólo de la nuestra, sino de la que se
extiende alrededor del maravilloso planeta que habitamos, existen una inmensa
cantidad de casas que nos llaman la atención, no tanto por su belleza y magnitud,
sino por ese poder de “atracción” que ejercen sobre nuestra mente y que nos hace
no perderlas de vista en tanto y cuanto nos es posible. Es más, si tenemos la
ocasión, volvemos al lugar en el que se ubican con el fin de contemplarlas de nuevo.
¿Existe alguna razón para ello? ¿Qué esconden entre sus paredes? Desde aquí te
animamos a que nos cuentes todas las historias que conozcas acerca de esas casas
que, sea por la razón que sea, nos llaman tanto la atención. Vamos a comenzar con
un “aperitivo” un tanto fuerte, mucho más fuerte que la distancia que de “Ella”
nos separa. En efecto, vamos a hablar del Restaurante “Los Enebros”, situado en
el paseo del mismo nombre, en la bella localidad madrileña de Moralzarzal.


     Cuando aquel viernes permanecí en el Instituto en lugar de asistir a una actividad
programada no fue sólo por el efecto de un proceso febril; es más, costaba imaginar que
a mis oídos iba a llegar una historia tan fascinante. Y todo por una pregunta: “ Profesor,
¿crees en los fantasmas?” Mi respuesta fue breve: “Por supuesto que si. Y no os
andéis con tonterías.” A raíz de la pregunta, entablamos una interesante conversación
que nos llevó a los hechos que demasiadas personas han vivido en dicho restaurante
abandonado. Me parecía demasiado interesante como para dar crédito a dichos hechos
sin antes pasar por el lugar. El problema era mi desconocimiento de la zona, nunca
había traspasado la rotonda por la que había de guiarme y di, en un ejercicio de
concentración, “rienda suelta” a mi imaginación y, dentro de lo posible, al volante de mi
coche para que me llevaran hacia allí.

     Mucho antes de lo que hubiera imaginado, ante mis ojos se presentó la figura de
un chalet abandonado, decadente e imponente al mismo tiempo, igual que una figura
destacada entre las sombras que reclama mi atención. Es más, un escalofrío recorrió mi
espina dorsal al tiempo que notaba como mi corazón se aceleraba ante tal llamada de
atención. No fui capaz de bajar del coche. Rodeé la casa lentamente con la mirada fija
en no sé bien qué. Si supe, en todo momento, que “algo” o quizá “alguien” me estaba
observando. Y es más, en el retroceso que tuve que efectuar con el coche, ya dispuesto a
abandonar un entorno “anormal” con respecto al que habitualmente estamos
acostumbrados, me pareció divisar una blanca silueta desde una de las ventanas del piso
superior, una silueta de la que recuerdo especialmente algo parecido a una mirada de
confirmación y de permiso, de alguien que quizá quiso decirme que sí, que ahí estaba...
Sin olvidar lo que había vivido en una media hora, tiempo por otra parte al que
yo hubiera asignado no más de diez minutos, regresé a casa.
Sin perder más tiempo, el lunes siguiente volví de visita al restaurante, ésta vez
con el fin de confirmar mis sospechas. No pasó nada, pero no me sentía lo
suficientemente seguro de aceptar esa invitación que me decía “Adelante”.
Hoy te puedo explicar lo que la leyenda urbana cuenta, y como tal, hay que
tomarlo como lo que es, una leyenda. Pero sin olvidar el máximo respeto ante la
situación que provocó que hoy en día, ese precioso chalet siga abandonado.

     Al parecer, alguien lo montó como el negocio de su vida, pero tuvo que
abandonarlo dada la imposibilidad de ejercer su trabajo en las mínimas condiciones,
pues cada mañana, al levantarse, lo primero que encontraba era la vajilla desparramada
en más de mil pedazos por el suelo del restaurante. Su dueño huyó. Y huyó dejando
todo allí. No se preocupó por deshacerse del negocio. Ni ventas, ni traspasos. Al parecer
dejó todo tal y como aquella mañana en que su mente no puedo aguantar más entró en
su furgoneta, arrancó el motor y se fue, nadie sabe dónde.
Algunas personas que han ocupado esporádicamente dicho restaurante no han
vuelto por allí. Ruidos, pasos, portazos espontáneos, sin aparente explicación han hecho
huir rápidamente a todos aquellos que, por desconocimiento, quizá, estaban
“profanando” un lugar “sagrado” para alguien. Ese alguien que tantas veces estoy
nombrando en esta especie de crónica de uno de esos lugares que, sin saber por que,
tanto llaman la atención.

     Al poco tiempo, logré convencer a dos compañeros para que me acompañaran.
No tenía miedo, cierto, pero tal vez desconfiaba, aunque sigo sin saberlo. Nos
acercamos con cautela y mucho respeto, sin tocar nada con nuestras manos. Temíamos
dejar huellas. Aunque en el fondo, supe que teníamos la “autorización” de ese alguien
para, quizá, hacer pública su historia, la que os estoy contando ahora, y que por las
razones que todos imagináis, ese alguien no puede contar. Traspasamos “la barrera” y
deambulamos por infinitas estancias, subimos y bajamos escaleras, abrimos puertas con
la puntera de nuestros zapatos, asomaron a nuestra mente las escenas cotidianas del
restaurante en pleno funcionamiento, en su esplendor. Casi oímos voces de niños,
golpes de cristales, botellas que se descorchan, risas, una registradora que cobra tras su
“clic” y puertas que se abrían y cerraban al tiempo que las punteras del zapato del
camarero de rigor topaban con los bajos protegidos con la chapa metálica del portón
abatible que aislaba la cocina del resto de estancias. Cámaras, aseos, barras americanas,
salones...

     Tuvimos que salir y volver al instituto. Sacamos varias fotos y la sensación que
nos “dopó” conforme entramos en el restaurante, había desaparecido. Dos detalles
recuerdo que nos llamaron la atención. Cuando entramos, la puerta estaba libre. Al salir,
una vieja furgoneta blanca apareció subida en la acera casi taponando la salida. Ninguno
oímos el ruido de ningún motor que se acercara. Y la sorpresa más llamativa. Tuvimos
que abrir algo así como diez puertas a lo largo de nuestra visita por el chalet. Sobra
decir que no nos molestamos en cerrarlas. ¿Quién se encarga de dicha misión? ¿Piensas,
acaso, que cualquier ocupante que saliera precipitadamente del restaurante se iba a
molestar en ir cerrando puertas a sus espaldas?
Ahora que esta historia ha traspasado la barrera del Restaurante “Los Enebros”,
solo espero que ese “alguien” pueda estar más tranquilo sabiendo que, quizá, el primer
objetivo que tenía que cumplir ya se está cumpliendo: Todos somos partícipes de “tu
historia”.Puede que el tiempo nos revele el resto de la misma, aquella que nadie
conoce...Aquella que sólo conoce “alguien”.